Duberney Galvis, docente universitario especialista en gestión ambiental.
Duberney Galvis, docente universitario especialista en gestión ambiental.

Esta columna fue escrita por el columnista invitado Duberney Galvis.

Las protestas cafeteras comenzaron desde el año anterior, cuando la Unión de Cafeteros de Colombia (UCC), lideró una masiva movilización en Armenia; en adelante vendrían más. Y en razón de la indolencia gubernamental e institucional, llegarían a las puertas de la Federación de Cafeteros el pasado 13 de marzo.

El gobierno Petro intentó apagar el volcán con una asamblea cafetera gobiernista a la que asistieron diversos sectores del campo, algunas organizaciones no gubernamentales (ONG) y funcionarios. Pero estuvieron ausentes la Federación y las organizaciones cafeteras que lideran la movilización social.

El discurso de Petro fue la suma de gazapos para quienes saben de caficultura en Colombia. Equiparó los recursos del Fondo Nacional del Café (FoNC) con la privatización de la función pública, ubicó de nuevo a Colombia en el quinto renglón ‘y bajando’ de la producción mundial, atribuyó al café un carácter histórico ‘insurgente’, cargó sus crisis y rezagos a los yupis, y finalizó con la propuesta del gobierno del cambio: “salir de la extracción.” Charlatanería pura y dura.

En cuanto al deseo manifiesto por hacerse con los recursos del FoNC, “desatando un proceso de constituyente cafetera” –idea impopular entre los caficultores, cabe recodar–, estos son de destinación específica. Su patrimonio no solo está compuesto por recursos parafiscales correspondientes a seis centavos de dólar por cada libra de café vendida, sino por las regalías de Juan Valdez (muy bajas), las llamadas “actividades institucionales” y los aportes de Café Buendía, la fábrica procesadora de Chinchiná. De ahí, el fondo destinó al pasivo pensional para el 2023, 201.800 millones de dólares. 

La historia del café: ni insurgente, ni economía del pueblo

Contrario al discurso bucólico, el café es un producto colonial. Como documenta Mark Pendergrast en el libro, “El café, historia de la semilla que cambió al mundo”, “las potencias europeas llevaban el cultivo a sus colonias, y el trabajo intensivo para cultivar, recolectar y procesar el café era realizado cada vez más por esclavos importados”. Hacia finales del siglo XVIII, “el café que estimulaba a Voltaire y Diderot era producido por la forma más inhumana de trabajo forzado. Estos dos productos han representado la desdicha de grandes regiones del mundo: América [el Caribe] ha quedado despoblada para que haya tierra en la que plantarlos y África ha quedado despoblada, para contar con gente que los cultive”.

Tan colonial, que los reinos del café en el marco de la revolución industrial terminarían supliendo fuentes de alimentos a los trabajadores europeos que laboraban sin pausa para devengar escasos ‘céntimos para sobrevivir’. Un estimulante a precios asequibles para las clases trabajadores de Norteamérica y Europa. Contando el dominio europeo y el estadounidense, “el café transformaría la economía, ecología y política Latinoamericana”.

Además, fueron los grandes hacendados los primeros en extender la rubiácea en Colombia. El cambio en la estructura cafetera –de hacendados a pequeños productores– tiene origen en las crisis de las naciones compradoras, y en la baja productividad y rentabilidad que implicaba sembrarlo, producirlo, cosecharlo y transportarlo, en muchos casos río arriba como hacía la Hacienda Castilla de Pereira, desde La Virginia hasta Loboguerrero, y de ahí en mula hasta el puerto.

Después, como describe el cafetero e investigador César Echeverry, “solo hasta la segunda mitad de siglo XIX vendría el reconocimiento internacional”. Agréguese, motivado por las grandes casas comerciales inglesas y norteamericanas. La consolidación del café llegaría en la segunda mitad del siglo XX, merced del abrigo estadounidense a los aliados durante la Guerra Fría pero, una vez caído el muro de Berlín, roto el pacto de cuotas. Asomarían entonces las raíces de las crisis cafeteras especulativas cuyos tentáculos modernos ahogan con mayor rudeza a 25 millones de cultivadores en más de cincuenta países tropicales.

Las respuestas de Petro a los cafeteros

Petro no atendió las peticiones atinentes al precio del café, optó por señalar en el minuto 25: “proponemos salir de la extracción y a cambio producir. Producir café implica trabajo, mientras para la extracción de minerales no se requiere ni el cerebro, con una palanca y un tubo…”. Al igual que gobiernos anteriores, también cuenta con industrializar el café, idea que viene agitando la consejera del gobierno para asuntos del café, Jimena Velasco.

Omitió el presidente abordar la falta de control de la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales (Dian) y MinComercio en cuanto las importaciones del grano, y los impactos de Nestlé y parte de la industria torrefactora que tienen al país tomando café importado. Tampoco desglosó la fórmula para que la “industrialización” enfrente el oligopolio trasnacional de Nestlé, General Foods y demás, que controlan la transformación y comercialización del café en el mundo. 

En cuanto al crédito, aun con tasas de interés para los productores hasta del 17%, Petro revive al lenguaraz Proudhon, sobre el «crédit gratuit» y el «banque du peuple», (crédito gratuito y banco del pueblo). Hasta ofreció internet a crédito.

¿Por qué ni Petro, ni la Federación tienen suficiente eco entre los cafeteros?

Más allá de la disputa de Petro y la Federación, en el Comité Directivo Nacional impera la concertación. Ahora bien, resultaría acomodadizo negar el palpable y acumulado malestar de los productores hacia la Federación: no se sienten representados por sus directivos por fallas institucionales. Piden entonces cesar la burocracia atornillada en la cúspide piramidal mediante mecanismos anacrónicos como la reelección indefinida y los vicios organizacionales. Consideran hacerlo por la vía de la reestructuración, apelando en buena medida a lo enseñado en épocas de monseñor Serna de la Unidad Cafetera Nacional: “el hecho que el cura sea malo no significa que haya que quemar la iglesia”. Reformar, no destruir.

Cierto es que los directivos aprueban medidas lacerantes de los hogares campesinos y producciones empresariales. Para la muestra, el factor de rendimiento, las mermas por broca, las listas vanas de defectos del grano que castigan al productor, varias cooperativas al garete, colas para trámites de certificación y exportación, pasividad ante las importaciones, entre otros. También rebosa la copa el hecho que, escudados en el derecho privado, anulen la vigilancia pública de los recursos del FoNC.

Por ahora, el único avance llegó por la vía del plantón del 13 de marzo, atendido por el gerente Germán Bahamón. Aunque no hubo soluciones inmediatas a las peticiones de los cafeteros presentes, el suceso sacudió el ambiente cafetero posicionándolo en la agenda pública.

En efecto, una semana después, por iniciativa del gerente, modificarían el factor de rendimiento de 88 a 94, medida de buen recibo entre los caficultores. Había razones de peso como las expuestas por el empresario cafetero Jaime Garzón en el caso de Risaralda: “el comportamiento de la producción de café en Risaralda frente a los factores de rendimiento durante el periodo 2016-2023, fue así: 4.58% menor a 88; 14,87% entre 88 y 90; 49,58% entre 90 y 94; 22,94% entre 94 y 98; y el 8,04% mayor a 98”. Es decir, solo el 19,45% estuvo por debajo del factor 90, y el 5% por debajo del factor 88.

Días después vino el anuncio de la activación del Fondo de Estabilización (Ley 1969 del 2019). Pero la decisión mostraría el polvo bajo el tapete: mientras los cafeteros cumplieron cada año con los aportes de 0,5 centavos de dólar de la contribución, el gobierno Duque ingresó un capital semilla en el 2020, pero sin aportes en el 2021. Y Petro, que desea hacerse a los recursos de los cafeteros a nombre del pueblo, no ingresó un solo centavo durante el 2022 y 2023.

¿Cómo está la estructura financiera de la Federación Nacional de Cafeteros?

*Cifras en miles de millones de pesos. Fuente: MinAgricultura.

El asunto empeora porque el Comité Directivo Nacional (con miembros del gremio y cuatro ministros del gobierno), tasó en $1.280.000 pesos el valor por carga tenido en cuenta para disparar el apoyo de la Federación. Pero los costos reales de producción de una carga de café, referidos por los productores y empresarios del sector, promedian entre $1.600.000 y $1.800.000. En consecuencia, su aplicación queda en un anuncio como se puede ver en el gráfico Precio vs. Costo de Producción.

En contraposición, las familias caficultoras, que tras cada discurso caen del sartén a las brasas, siguen con el llamado a una protesta nacional el 17 de abril. Lejos están las conclusiones de la ficticia Asamblea Cafetera de atender la crisis y urge, por el bien de todos, reingeniería de la Federación para que extienda en provecho de la industria, el interés con el que fue creada el 27 de junio del 1927. Por ahora, ¡El volcán sigue rugiendo!

Duberney Galvis

Docente Universitario, licenciado. Especialista en Gestión Ambiental y productor agropecuario.