Señalada de demagoga y populista punitiva, la senadora Gilma Jiménez -la segunda más votada del país, quien falleció este fin de semana- logró ganar varias batallas políticas, entre ellas haber puesto en la agenda del país el tema de los niños violados. Perfil

Gilma Jiménez fue concejal de Bogotá dos veces y quería lanzarse a la Alcaldía. 

Fotos: La Silla Vacía

“Jamás, jamás me rendiré, pese a un pequeño sector que quiere que estos temas sigan en el abismo del silencio y la indolencia”, trinó el pasado 24 de junio Gilma Jiménez en respuesta a un seguidor que le agradecía por su lucha en contra del abuso de niños.

Su cuenta en la red social twitter se había convertido en una suerte de muro de la infamia, en el que denunciaba: Andrea Marcela García, 12 años. Asesinada en Tunja el 12 de octubre de 2012. Fue incinerada para borrar sus huellas… Sharon Melissa Marmolejo de 11 años apareció muerta en el parque Entre-Nubes de Bogotá hace 24 días… Se busca a la violadora de niñas, Judith Jiménez de Newball, condenada a 37 años. Favor retuitiar.

Y le retuiteaban. Pero la muerte la obligó a rendirse hoy sábado en la Clínica del Country en Bogotá, en donde estaba internada desde hace unos 14 días con mucha discreción. Le dio cáncer. Su último trino es de hace cuatro días.

Madre cabeza de hogar -separada- de dos hijas y abuela de un nieto, Jiménez decía que su familia era su motivación.

Esta fue la última batalla que dio Gilma Jiménez, la segunda senadora más votada del país. Senadora del Partido Verde. – La dio en privado, rodeada de su familia: sus hijas y su nieto. Una fuente nos dijo que al final ni siquiera quiso recibir en el hospital a su gran amigo y jefe político Enrique Peñalosa-. Pero no fue la única. Pelea fue lo que dio esta mujer a la que, tanto contradictores como simpatizantes, califican de “guerrera”. La historia no es reciente.

La historia comienza cuando Gilma Jiménez es nombrada por el entonces alcalde Peñalosa como directora del Departamento Administrativo de Bienestar Social del Distrito, hoy Secretaría de Integración Social.

Desde ahí, Gilma jugó un papel clave en la recuperación de la zona deprimida conocida como ‘El Cartucho’, pues fue una de las funcionarias que lideró el intento de rehabilitación de decenas de habitantes de la calle y sus familias. Después lideró la construcción de una red de jardines sociales, para niños, proyecto con el que cuestionó la atención que hasta el momento le prestaba el Estado a los menores con las madres comunitarias. Gilma decía que esa atención debía ser prestada por profesionales.

Ahí nació una de sus primeras batallas políticas. La más conocida. La de los niños. Personas allegadas a la Senadora le dijeron a La Silla que por la época de su trabajo en ‘El Cartucho’ le llegaron como una lluvia casos de niños violados. Maltratados. Asesinados. Eso la marcó. Y esa lucha se convirtió en su obsesión.

Al punto en que la liberal Gilma, que comenzó su carrera política trabajando para el exgobernador de Cundinamarca Julio César Sánchez, siendo concejal de ese partido propuso y logró aprobar un proyecto de acuerdo que ordenaba instalar 40 vallas por toda Bogotá con las fotos y los datos personales de violadores de menores condenados. Los muros de la infamia, les llamaron en los medios.

Se alcanzaron a instalar algunos, pero la satisfacción le duró poco a Gilma, porque un juez penal municipal con función de garantías falló casi enseguida a favor de uno de los violadores que se sintió afectado y tuteló su derecho a la dignidad, al debido proceso y al principio de legalidad.

No sólo se cayeron las vallas, sino que el juez advirtió que el de los muros de la infamia sería un espectáculo grotesco y un objeto de publicidad morbosa para los bogotanos.

Pero la política, que antes había sido concejal del movimiento peñalosista ‘Por la Bogotá que queremos’, no se rindió y siguió desde su tribuna atacando a los violadores de niños, exigiendo los derechos de los niños, poniendo a hablar a la ciudad y al país de los niños: “Se volvió una receptora de casos de menores abusados y maltratados”, le dijo a La Silla su amiga y excompañera en el Concejo Lariza Pizano: “Le llegaban historias muy dolorosas”.

Y entonces Gilma iba personalmente a las audiencias de imputación de cargos de los victimarios, y hablaba con las familias de las víctimas. Para todos trataba de sacar tiempo.

Su batalla en favor de los niños la llevó a demandar el Plan de Desarrollo de Samuel Moreno (de quien fue una férrea opositora desde siempre, a pesar de que su bancada estaba en la coalición de Gobierno) por considerar que no le cumplía a los menores. Siendo senadora criticó fuertemente el del alcalde Gustavo Petro porque, según ella, el documento no desarrolla metas ni líneas de inversión en favor de la infancia y la adolescencia.

Gilma Jiménez era la representante principal del peñalosismo. Se opuso al matrimonio igualitario.

Fue ejerciendo ese papel, el de Senadora, desde donde se ideó y promovió la que acaso haya sido su más ambiciosa apuesta política: la de la cadena perpetua para violadores de niños.

Gilma presentó el proyecto. El Congreso lo aprobó en dos debates, pero en el tercero (en la Comisión Primera de la Cámara) se hundió por 10 votos contra 14 que pedían su archivo. Poco tiempo después, presentó otro proyecto, por el cual se crea el Código de Paternindad y Maternidad responsable, que busca castigar a los padres irresponsables “moral, penal y socialmente” con la pérdida de su empleo y de la patria potestad de los hijos.

“Populista”, “demagoga”, la llamaron algunos columnistas. Por ambas iniciativas, pero especialmente por la de la cadena perpetua para violadores de niños, que la mayoría de expertos en política criminal calificaban de populista e ineficaz. “La propuesta abre, además, un camino peligroso, guiado por sentimientos populistas y de venganza, más que por la necesidad de proteger a la sociedad y a los niños de los delincuentes. Por esta vía, la implantación de la pena de muerte y de la tortura están a la vuelta de la esquina”, criticó en el momento su iniciativa Dejusticia en el blog de La Silla Vacía.

Era la batalla de Gilma, quien enarbolando esas banderas logró nada menos que 207.799 votos en su salto del Concejo (siendo liberal) al Senado (ya mudada al Partido Verde). Fue la segunda votación en el país después de la del senador Juan Lozano.

En esa batalla triunfó a pesar de haber perdido su referendo de prisión perpetua: demagoga, populista o lo que sea, Gilma Jiménez logró que el país hablara de delitos atroces en contra de los niños que suelen olvidársenos cuando no hay un aterrador caso coyuntural de por medio.

Y dio otras batallas más: al interior del Partido Verde, cuando se enfrentó al ala mockusiana para defender el apoyo que recibió el entonces candidato verde a la Alcaldía Enrique Peñalosa del expresidente Álvaro Uribe. Por ejemplo. O cuando -hace apenas un mes- se enfrentó al ala de Opción Centro al proponer que la colectividad apoye públicamente la revocatoria en contra de Petro.

O cuando se molestó con el entonces ministro del Interior Germán Vargas porque sintió que no recibió apoyo del Gobierno en su proyecto de prisión perpetua.

“Era lenguisuelta y muy crítica del Congreso, al que no quería volver por considerar que estaba lleno de muchos clientelistas y porque quería ser alcaldesa de Bogotá”, le dijo a La Silla su amigo el columnista Héctor Riveros.

“Era una batalladora aguda y defensora absoluta de sus ideas”, agregó por su parte su compañero en la Dirección Nacional verde Antonio Sanguino.

Sus críticos podían tener argumentos de peso en contra de su populismo punitivo, pero nunca ninguno cuestionó su honestidad ni su sincero compromiso con las causas que defendía. Algo extraordinario en un Congreso tan cuestionado como el de este país.

Su muerte deja de alguna manera huérfano el tema de los menores abusados y violados. Huérfano de alguna manera a su jefe político Peñalosa, quien pierde a su principal aliada en el Partido Verde. Y huérfano de alguna manera a todo ese partido, que se queda sin su gran electora (Gilma sacó casi la mitad de los votos que los verdes sacaron al Congreso, es decir, por ella obtuvieron el umbral).

Huérfanas sus batallas.

Fue periodista de historias de Bogotá, editora de La Silla Caribe, editora general, editora de investigaciones y editora de crónicas. Es cartagenera y una apasionada del oficio, especialmente de la crónica y las historias sobre el poder regional. He pasado por medios como El Universal, El Tiempo,...