Ilustración: Los Naked.

Durante la segunda temporada del recién estrenado reality de televisión Factor X ocurrió un incidente que casi destruye el futuro de este prometedor programa. Resulta que uno de los participantes, un campesino analfabeto de una de las zonas rurales del departamento de Bolívar, que había aprendido a cantar mientras ordeñaba vacas en una finca, se ganó el cariño del público con su temperamento sencillo, sus modales respetuosos y, sobre todo con su conmovedora historia personal de sacrificio, limitaciones y superación.

Francisco Villareal no era un mal cantante, su estilo autodidacta tenía cierta gracia, pero, claramente, no estaba en la categoría de sus rivales, muchos de ellos músicos que se habían ganado sus charreteras profesionales después de años de esfuerzo y trabajo en conservatorios, escenarios, teatros, orquestas y toda clase de escenarios.

La popularidad de Francisco se convirtió en un verdadero problema para la cadena de televisión que promovía el concurso. Era el favorito del público. Noche tras noche, las votaciones de los televidentes, que se realizaban de manera telefónica, las ganaba el joven campesino eliminando a contendores con carreras musicales mas prometedoras. Esto era una verdadera tragedia para la televisora que le apostaba a promover a los artistas triunfadores a través de su disquera y convertirlos en estrellas internacionales. Francisco, era evidente para los expertos, no tenía madera suficiente para sobresalir en el competitivo mundo de la canción profesional. Aún así, durante la temporada de 2006 avanzó imbatible, obteniendo en cada uno de los episodios resonantes triunfos hasta que logró en una emotiva final ganar el concurso. Los televidentes estaban extasiados, esta historia de superación parecía sacada de un cuento de hadas, Francisco con esta victoria dejaba atrás la pobreza y se enfrentaba a una vida de gloria y estrellato.

Pero no fue así. El público pronto se olvidó de Francisco. El reality avanzó a la temporada siguiente, la audiencia cautivada por un nuevo dúo que prometía romper todos los esquemas y que a la postre acabó siendo un éxito de ventas. La disquera hizo el intento de promover al joven campesino sin mucho éxito. Francisco mal invirtió el dinero del premio y, según sus propias palabras, cayó en las drogas, los vicios, las malas compañías y los negocios turbios. Al final, después de vivir un infierno por casi una década, pudo recomponer su vida y hoy se gana la existencia cantando en iglesias evangélicas.

Los psicólogos tienen un nombre para describir la relación del público con el infortunado Francisco. Le llaman el efecto de licencia moral y ocurre cuando las personas que se comportan de una forma moralmente loable, luego se sienten justificadas para realizar una acción moralmente cuestionable. La acción moralmente loable en este caso era apoyar a Francisco votando por él en el concurso (un voto que inclusive tenía un pequeño costo), a pesar de su clara inferioridad musical. Esto le permitía al público sentir que estaban haciendo algo positivo –un acto de reivindicación social– mientras, seguramente, ignoraban todas las injusticias económicas cotidianas a su alrededor. Es lo mismo que rechazar los pitillos de plástico en los restaurantes para contribuir al medio ambiente mientras se come una hamburguesa de doble carne.

Mucho se teme uno que toda la fanfarria alrededor de la elección de Francia Márquez como candidata vicepresidencial de Petro tenga algo de licenciamiento moral. Como también lo tiene toda la especulación alrededor de los posibles candidatos vicepresidenciales de otros contendores. Pertenecer a alguna minoría étnica, tener alguna preferencia sexual particular, o ser de uno u otro género parece un requisito esencial para ocupar un cargo que no tiene, en principio, ninguna importancia sino la de servir, según lo han descrito acertadamente otros, como llanta de repuesto en caso de que el presidente no pueda ejercer sus funciones.

Porque para ser presidente no se necesita ser negro, ni indígena, ni gay, ni medio gay, ni mujer, ni costeño, ni ninguno de esos criterios que los medios de comunicación y los consultores políticos tanto parecen favorecer. El único criterio para ser vicepresidente o vicepresidenta, si prefieren, es que pueda reemplazar al presidente de la República.

Lo que me lleva de nuevo a Francia Márquez, una persona que no está calificada para ejercer la presidencia de Colombia en caso de que Gustavo Petro –quien quizá sí lo esté, pero sería un pésimo presidente– sea elegido y por cualquier razón no pueda ejercer el cargo. Como tampoco estaba calificado Francisco Villareal para ganar el Factor X temporada 2006, pero las canciones insulsas que cantaba, sumadas a su meritoria historia personal, hacían irresistible la narrativa fantástica que inspiraba.

Francia Márquez resurgita todos los lugares comunes de la retórica mamerta, incluyendo la obligatoria doble mención del género que para ella es tan automática que algunas veces le juega una mala pasada (“mayoras”, ¿en serio?). Aún más conveniente para ella y sus seguidores es construir una muralla defensiva que califica de racista o clasista cualquier tipo de crítica hacia la candidata, contra la cual, casi con certeza, se estrellarán las opiniones de esta columna.

Cuando se entra al terreno de la política electoral las críticas son parte del territorio. Cualquier cosa que se diga o se haga es un meme en potencia. Pretender someterse a una candidatura presidencial conservando la sensibilidad identitaria de un hipster del Park Way no es una buena cosa. La historia personal de Francia Márquez puede ser admirable (asumiendo que las acusaciones por su connivencia con actores armados sean falsas) pero eso no la exime de responder preguntas serias sobre sus ideas políticas.

A punta de slogans de campaña es difícil parar la inflación, sostener el déficit fiscal, generar empleo, acabar con la pobreza y construir infraestructura. Todos los presidentes colombianos de los últimos treinta años –hombres blancos, burgueses de clase alta con educación de élite– han actuado de buena fe en el mejor ejercicio de sus habilidades, algunos con más éxito que otros, algunos con más visión que otros, algunos con más efectividad que otros, pero todos con las mejores intenciones. Y hoy vivimos en un país mejor gracias a ellos o, por lo menos, en un país mejor que cualquiera de los otros países de la región que decidieron “cambiar el modelo” e implementar muchas de las políticas que Francia Márquez y sus amigos dicen defender. De eso no hay ninguna duda.

Una cosa es que el público se equivoque eligiendo al triunfador de un concurso televisivo de canto y otra cosa muy diferente es que, por las mismas motivaciones, acabemos eligiendo a un presidente y su compañero de fórmula. En el primer caso el daño será un final infortunado de la temporada, mientras que en el segundo las consecuencias negativas podrían durar por generaciones

Abogado de la Universidad de los Andes, Master in Business Administration del Instituto Panamericano de Dirección de Empresas (IPADE), México D.F., Master en Políticas Públicas de la Universidad de Georgetown, Washington D.C. Se ha desempeñado en diversos cargos del sector privado y público,...