Gustavo Petro publicó trinos de respaldo a Pedro Castillo, el presidente peruano que recientemente dio un golpe suicida. En un país empobrecido, en crisis, con alta desigualdad, con racismo, la tentación de ver a Castillo como víctima de las maquinaciones de la derecha es grande. Pero esta tentación no resiste al análisis. Las cosas son más complicadas.

La política peruana está llena de altibajos. Ha habido seis presidentes en cuatro años. En pocos meses se pasa del entusiasmo desbordado por el nuevo elegido a la cruel indiferencia. ¿Por qué?

Una característica del sistema peruano es el tire y afloje constante entre el Congreso y el presidente. Muy importante: las reglas del juego favorecen esa incertidumbre. En efecto, el Parlamento puede iniciar procesos de vacancia del poder por “incapacidad moral’ (es el único país en el mundo donde esto es posible); a su turno, el presidente puede cerrar el Congreso si le quitan la confianza dos veces.

Estas reglas contrastan con la estabilidad institucional colombiana. Se podría concluir que la vida política de los dos países corre por cauces muy diferentes. Puede que no tanto… Explorar más de cerca lo que sucede en el país de al lado es edificante. Es un espejo, quizá deformante, pero reflejo en todo caso.

Cualquier examen serio de la situación política en Perú debe empezar por listar las fuerzas presentes. El problema es que, precisamente, buena parte del embrollo radica en identificarlas. La única fuerza fácil de identificar es el fujimorismo y la extrema derecha. Sectores de mano dura, muy a la derecha, en mayor o menor grado cohesionados en torno a los herederos de Fujimori. Éste ya no existe políticamente (pero existen sus hijos de sangre y los afectos a su proyecto). Por supuesto, esto tiene alguna relación con el uribismo, que no se puede declarar muerto pese a la impopularidad de Uribe.

¿Y las demás fuerzas? Es muy difícil entender la lógica de los partidos políticos, difícil seguirles el rastro. Nominalmente, para empezar: al Congreso llegan elegidos con un nombre, pero éste cambia al vaivén de los acontecimientos (y casi todos los partidos de derecha agregan el adjetivo “popular” en su nombre oficial; agregando confusión). El transfuguismo es regla. Como en Colombia, hay individualidades más que partidos, figuras antes que organizaciones. Parece que, en un sistema de voto preferente, la idea fuera generar muchas opciones (partidos atrapa-todo).

La representación es considerada, en la práctica, como un mercado, y las elecciones se organizan como tal. Hay empresas dedicadas a hacer negocios con el Estado (es un lucro fácil cuando se tienen vínculo$ para asegurarse los contratos) y a promocionar a determinados candidatos, que a su vez ampliarán el espectro de influencia de dichas empresas. Esto lo conocemos en Colombia: los carteles alrededor de la salud o de la alimentación escolar han enriquecido a clanes familiares que a su vez son empresas-curules. Siguiendo un esquema similar, en Perú, hay universidades-partidos.

Esto reposa en un hecho, y es que la educación había sido ya ampliamente puesta en el mercado libre como un bien cualquiera. Por esa vía, las certificaciones de calidad se convirtieron en un bien (esto supone un valor, y por lo tanto, una transacción posible). En Perú, el tema de la corrupción ronda las certificaciones de las universidades. Lo cierto es que por esa vía, algunos supieron acumular capital simbólico, capital económico y capital político. Es el caso del congresista César Acuña, fundador del partido Alianza para el progreso y dueño de dos universidades (una de ellas -la Universidad César Vallejo- la que le dio su maestría en psicología educativa a Pedro Castillo).

Otros partidos heredan el capital histórico (caso de Acción popular, fundado por Bealúnde Terry, y que gobernó durante muchos años en Perú). Otros más se organizan en torno a esas otras formas empresariales que son las iglesias (partidos-evangélicos). Como en Colombia, es imposible, incluso inútil, buscar identificar programas detrás de los partidos.

Es evidente que en tales sistemas, la política (en el sentido noble de la palabra, es decir el interés por el bien general) casi no existe. Existe, sí, la picaresca -y de hecho, es un espectáculo interminable. Es también aburridor: interesarse por la política es seguir la acumulación de nombres y delitos presuntos y/o reales, las múltiples tramas de corrupción, las alianzas oportunistas, fundadas o contra natura. Se precisa, además, conocer el último estado de las sagas familiares (que la hija de Fujimori se peleó -o se arregló- con el hijo de Fujimori, etc). En realidad, leer la prensa o escuchar a los comentaristas es como asistir a prontuarios de delincuentes. Ni siquiera logra ser una película, porque carece de guion. Cualquier parecido con Colombia no es pura coincidencia. 

La pregunta es qué genera todo esto en términos de oferta electoral. Concretamente, ¿cómo se orientan los ciudadanos en un sistema de este tipo a la hora de votar? La respuesta es: la volatilidad, escenarios electorales sorpresivos y etéreos. Los grandes medios intentan, por supuesto, imponer a sus candidatos. Las redes, por su lado, funcionan como fuente alterna (y en el caso colombiano, fueron determinantes para que Rodolfo Hernández llegara a segunda vuelta). El sistema es poco previsible, las encuestadoras suelen equivocarse, el voto es volátil. La mejor imagen es Pedro Castillo.

Un presidente que fue elegido por sorpresa, que ganó con un muy muy estrecho margen. Ciertamente, su lucha en el pasado (con los sindicatos del magisterio) lo lanzó al estrellato mediático, sobre todo cuando se le vio desmayado frente a una cámara. Asunto que no es menor, Castillo supo utilizar los símbolos (sombrero, lápiz). Con todo, tiene convicciones de izquierda (en el estricto sentido: ser antifujimorista), y en poco tiempo armó un programa con propuestas progresistas (pero sus distancias con el partido Perú libre empezaron casi tan pronto fue elegido). Castillo es también un hombre conservador, además de xenófobo

Lo cierto es que llegó al Congreso sin mayorías, e hizo alianzas de todo tipo. De hecho, llegó a formar un gabinete con representación tan “plural” (es decir, con tantas transacciones), que incluyó a varios que le han sido abiertamente hostiles, que estaban cuestionados por escándalos de corrupción, o que representan a sectores muy distantes… Su conocimiento del mundo es débil (en campaña, decía no leer prensa, y de su interés sobre lo que pasa en el mundo parece muy menor). Pedro Castillo ha estado rodeado de escándalos de corrupción (en uno de ellos, que afecta a su secretario, se supo cuánto vale el grado de general de la policía). Se ha revelado que la familia de su mujer aprovecha para hacer negocios y sobornos. Mientras todo esto sucede en Palacio (para no hablar de los escándalos diarios de los congresistas, sus clanes y mafias), la calle también ha salido a manifestar contra sus medidas. Así, a poco más de un año de elegido, Castillo tenía ya poco margen de gobernabilidad.

Hoy, Pedro Castillo ha salido del ruedo. Ningún sector significativo lo apoya en Perú. La mayoría de los sectores políticos, y la ciudadanía en la calle, está pidiendo nuevas elecciones. Seguramente la nueva presidenta no tendrá más opción. Pero la crisis seguirá, seguirá la sensación de caos institucional en la medida en que el sistema de transaccione$ individuales sea considerado como “política”. Quizá el Perú sea un espejo de lo que podemos empezar a remediar.

Es investigadora asociada de la Universidad Paris Diderot. Estudió ciencias políticas en la Universidad de los Andes, una maestría en historia latinoamericana en la Universidad Nacional de Colombia, una maestría en ciencias sociales en el Instituto de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de Marsella...