Minería a cielo abierto en el Bajo Cauca
Minería a cielo abierto en el Bajo Cauca

Las dragas hechas en Colombia devastan los ríos amazónicos

En el río Puré, que cruza la frontera hacia Brasil desde la Amazonía colombiana y que es hogar de pueblos indígenas que viven en relativo aislamiento, el número de dragas ilegales pasó de 25 en el 2020 a 357 en el 2022.

En 2020 el gobierno localizó y destruyó 10 de esos aparatos, que podrían haber producido cerca de 90 kg de oro al mes (15 mil millones de pesos) y vertido más o menos el doble de ese peso en mercurio al río. El daño ambiental es incalculable para el ecosistema circundante. La Organización de Naciones Unidas (ONU) estima que en los 4 años previos a 2022 la minería ilegal podría haber arrasado con 24.000 hectáreas de cobertura vegetal en el país.

Las dragas —o dragones— son un eslabón fundamental de la cadena de la minería ilegal. Aspiradoras gigantes que queman cantidades enormes de gasolina para succionar los lechos de los ríos y botar el sedimento en una serie de filtros que, con ayuda del mercurio, metal muy tóxico para todo tipo de vida, separan las pepas de oro de otros materiales. Las primeras dragas se construyeron en Brasil y se cree que a Colombia llegaron en 2006 –una de las personas que las trajo fue detenida en ese año— pero, en un proceso que le habría dado envidia a cualquier entusiasta de la política industrial, la tecnología se adoptó bien en el país. En 2016, las autoridades colombianas allanaron en Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá, una bodega de industria metalmecánica con taladros, bombas, motores diesel, tornos y piezas varias para la construcción de dragas.

Al parecer existía una compleja red criminal en la que estaban involucrados el entonces alcalde de Puerto Leguízamo, en Putumayo, y otros funcionarios del Estado. La red coordinaba la construcción de los aparatos (cada uno puede costar hasta 500 mil dólares), la obtención de permisos, la vigilancia de los movimientos de la fuerza pública, la operación de las dragas y la comercialización del oro en Bogotá. Un caso más de la inventiva criolla aplicada el crimen.    

En los últimos años, la minería de oro de aluvión se ha disparado en Colombia. Creció 5.139 hectáreas (8%) solo en 2022, impulsada por la disminución en el precio de la coca y el aumento del precio del oro. Ese crecimiento no sería posible sin esas gigantescas aspiradoras industriales del tamaño de una casa, que son fáciles de detectar desde el aire y en el territorio. Su existencia y operación son un monumento a la corrupción y al desgobierno.

En ríos como el Puré, plagados de dragas y balsas, los mineros y la policía juegan todo el tiempo al gato y el ratón, usando la frontera con Brasil como escampadero cuando hay operativos. Las autoridades podrían atacar el fenómeno haciendo un control estricto a la importación y distribución de las piezas y los equipos especializados que necesitan las dragas, y a la venta de combustible en los ríos más afectados. Otra opción es rastrear las cadenas de suministro de repuestos locales de los aparatos para ubicarlos y destruirlos con mayor eficiencia.