Por Yukyan LamPara los habitantes de la capital colombiana, la respuesta a esta pregunta puede ser “sí”, según dos estudios de la Universidad Nacional.Por Yukyan LamPara los habitantes de la capital colombiana, la respuesta a esta pregunta puede ser “sí”, según dos estudios de la Universidad Nacional.Uno de ellos, apoyado por Colciencias, comprueba que las hortalizas de la sabana de Bogotá—incluyendo el apio, la lechuga, el repollo y el brócoli— presentan altas concentraciones de metales pesados y tóxicos. Son tan altas que exceden varias veces los niveles máximos permitidos, por ejemplo, por la Unión Europea y el ICONTEC. Las toxinas provienen del río Bogotá, la única fuente hídrica que los agricultores de esta zona afirman tener. Una vez regados los cultivos, las plantas absorben las sustancias y no hay manera de extraerlas. En el menú, hay arsénico y cadmio, que se acumulan en órganos como el corazón, el hígado y los pulmones. También se encuentra plomo —que en concentraciones excesivas daña los riñones, el tracto gastrointestinal y las neuronas—, y mercurio —que afecta el cerebro y el sistema nervioso. Los efectos son de largo plazo: el cuerpo demora dos décadas en eliminar el plomo. El mercurio se queda con nosotros toda la vida.Mientras todos los que comen y viven de estos cultivos, incluyendo los mismos agricultores y productores, esperan un plan de tratamiento de las autoridades competentes, se aumentan los riesgos de varios tipos de cáncer, hipertensión, irritación de los pulmones y trastorno renal.El otro estudio, difundido esta semana, sugiere que la contaminación en las ciclorrutas de Bogotá puede ser tan extrema que tiene efectos nocivos para la salud de los ciclistas. Se encontró en uno de los corredores principales que la concentración de partículas del humo vehicular, industria local y polvo en la calle es dos veces más que la máxima recomendada por la Organización Mundial de la Salud.Frente a esto, se ha propuesto que los ciclistas usen “tapabocas de tipo industrial” o escojan “rutas que atraviesen parques o vías secundarias”. De lo contrario, padecerán riesgos elevados de asma, enfermedad pulmonar crónica y enfisema. Con estas dos revelaciones, los habitantes de la ciudad tenemos un panorama de salud pública bastante desolador. Ojalá que reaccionemos, llamando la atención de las autoridades, y que no respondamos con resignación, como me contestó un colega cuando se enteró del primer estudio citado: “Pues, nada. Quizás desarrollemos inmunidad”.