Foto tomada de Twitter.com. Sergio Jaramillo y Joaquín Gómez verifican avance de obra de construcción de la zona de concentración en Pondores, Guajira

La Silla visitó la zona de concentración guerrillera en Pondores, Guajira. Crónica de un viaje.

La escena era parecida a la de la última vez que había volado en un helicóptero militar: los corresponsales extranjeros felices de ser parte de la Historia, los funcionarios clavados en sus celulares, la belleza del paisaje sobrevolado. Había sólo una gran diferencia: uno de los dos artilleros tenía su metralleta bloqueada en el piso del helicóptero; el otro, apuntaba hacia las nubes, posando para la foto del reportero inglés. No temían –como antes- un disparo desde abajo. La guerra había terminado.

Y ese vuelo tranquilo, casi aburrido, desde Valledupar hasta Fonseca, en la Guajira, donde visitaríamos la zona de concentración de las Farc en Pondores era la prueba de ello.

“El país no se ha dado cuenta del esfuerzo de los policías y militares para asegurar el tránsito de los guerrilleros”, dice Sergio Jaramillo, el Alto Comisionado de Paz, al agradecerle a los miembros de la Fuerza Pública que están cuidando el perímetro externo de la zona de concentración.

En sus alocuciones públicas, Jaramillo suele quejarse de que los colombianos no entiendan lo que él con frecuencia denomina “el milagro” de la negociación de paz.

El Acuerdo con las Farc es su bebé. Jaramillo lo engendró, lo dio a luz después de dedicarle seis años de vida a la negociación y ahora espera que todos los colombianos lo mimen tanto como él. Su optimismo es latente, pero no es contagioso.

En el puesto de Comando Ares de Fonseca, donde tenemos nuestra primera parada, Jaramillo improvisa una rueda de prensa con los militares y policías para los corresponsales. 

El coronel a cargo de los 350 soldados que garantizan que ni las bandas criminales, ni el ELN ni las disidencias ataquen a los 222 guerrilleros que están en el campamento dice que “es un orgullo hacer parte de un momento histórico como este”.

El capitán de la Policía que dirige la Unipep, creada exclusivamente para cuidar al Mecanismo Tripartita de Verificación compuesto por la ONU, el Gobierno y las Farc, cuenta que en esa nueva labor ha descubierto que los guerrilleros son “seres humanos normales”.

Los periodistas nos reímos cuando lo dice pero quizás después de tantas décadas de conflicto armado es menos obvio de lo que parece.  “Aquí tuvimos la oportunidad que nuestra mente se abriera y ver que había un beneficio para el país”, prosigue. “Empieza uno a mirar más allá de lo que la nariz le pone uno al frente”. 

La plataforma de Joaquín

Foto tomada de Twitter.com. Vereda Pondores, corregimiento de Conejo en la Guajira, donde está instalado un Punto Tranistorio de Normalización (PTN) para la entrega de armas.

Desde Fonseca, hay 14 kilómetros por una vía en buen estado hacia Conejo, y de allí hay otros 2,6 kilómetros hacia donde se construye el campamento para las Farc. A 8,5 kilómetros, queda la frontera con Venezuela.

Nuestra siguiente parada fue en Conejo. El Ministerio de Cultura está entregando a las comunidades de las zonas donde están concentrados los guerrilleros unas bibliotecas móviles y ésta era su inauguración.

Son unos módulos lindísimos diseñados por el famoso francés Philippe Starck, con una buena colección de libros para niños y adultos y una decena de ipads que atrajeron como imanes a los niños de la escuela donde se hizo el lanzamiento.

Yo aprovecho los discursos para preguntarle a algunos jóvenes que están allí y que no parecen interesados en las palabras oficiales cómo ha cambiado su vida desde que se firmó el Acuerdo. Dicen que en nada. Que no les “ha llegado” nada, que están trayendo los ingenieros desde Barranquilla para construir el campamento, que siguen con los mismos problemas de falta de atención en salud, de empleo, de falta de oportunidades, etc.

¿Pero no están más tranquilos ahora?, les pregunto. La respuesta es unánime: sí lo están. Que no haya más bombardeos ha cambiado la vida del pueblo, dicen. También reconocen que se acabó la extorsión de las Farc y que gracias a eso, los ganaderos han regresado y eso ha dinamizado la economía. También porque mucha más gente está yendo.

Una zona de peregrinación

Foto tomada de Twitter.com. Joaquín Gómez e Iván Márquez visitan el Punto Tranistorio de Normalización en Pondores junto con el Alto Comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, y varios periodistas.

De alguna manera, y sin que el país nacional lo registre, las zonas de concentración de las Farc se están convirtiendo en sitios de peregrinación. Van desde estudiantes universitarios que han decidido hacer sus tesis de grado sobre el proceso de paz hasta extranjeros que quieren vivir la aventura de conocer a los últimos guerrilleros de la Guerra Fría. También van las familias a encontrarse con sus hijos guerrilleros.

La afluencia es tal que a pesar de que el presidente Santos había definido como “una línea roja” que los guerrilleros tuvieran contacto con los civiles mientras estuvieran armados, ahora el gobierno accedió a que se crearan unas zonas aledañas llamadas “recepciones” a donde dejan entrar de común acuerdo a civiles que quieran visitarlos.

El fin de semana anterior, artistas de todas partes de Caribe se congregaron en Conejo.

Fue un evento masivo organizado por el Movimiento Caribe de Artistas por la Paz que llevó desde Barranquilla, Santa Marta y otros lugares de la región músicos, artistas de todo tipo y también médicos que evaluaron las condiciones generales de salud de la gente.  No habían visto en Conejo un evento de ese tamaño, me dijeron.

“La única personalidad era Joaquín”, me dice después Álvaro García, un joven de la vereda La Sorpresa, del municipio guajiro Distracción, que sirve de ‘enlace’ entre las juntas de acción comunal y varias organizaciones sociales de su pueblo y de otros de la zona con el Mecanismo de Verificación de la Onu. 

Él va en su moto, de vereda en vereda, hablando con la gente, recogiendo información sobre movimientos raros y cada 15 días le pasa un informe a los de la Onu. Pero que sí pasa algo, ahí mismo lo reporta al Ejército y a la Unipep para que reaccionen.

 

El Mecanismo de Verificación están entre Conejo y la zona de concentración. Está integrado por delegados internacionales de la Onu, del Ejército y de las Farc. Dos de la Onu, uno de las Farc y otro del Ejército hacen tres patrullajes al día verificando que tanto la guerrilla como el Gobierno cumplan con los protocolos del Acuerdo.

Cuando los visitamos en su campamento, era evidente su compenetración. De hecho, los guerrilleros duermen en la misma carpa con los militares, y como cada uno solo hace un patrullaje de dos o tres horas al día tienen mucho tiempo para compartir (y para jugar ajedrez).

García me cuenta que el jefe guajiro de las Farc Joaquín Gómez fue el orador central del evento del fin de semana, y que su discurso “sobre las necesidades básicas insatisfechas y las soluciones que plantea” gustó mucho.

“Joaquín representa una esperanza para muchos aquí. Es la única clase política alternativa que existe en el departamento”, dice. Según él, los delfines de los actuales caudillos políticos aprovecharon el evento para conocerlo y hablar con él. “Creen que va a ser el próximo gobernador, y ya están viendo cómo sacar su partida”, dice, y se ríe.

Aunque la idea de hacer las zonas de concentración lo más lejos posible de las comunidades fue una reacción del presidente Santos a un evento político de los guerrilleros armados precisamente en ese mismo pueblo de Conejo hace un año que escandalizó al país mediático, la realidad es que desde el primer día que llegaron a la zona para iniciar el proceso de desarme, las Farc no ha hecho sino política.

Una de las cosas que ha hecho Gómez –como también registró La Silla que ha sucedido en Antioquia-  es promover que las comunidades pongan derechos de petición a las autoridades pidiendo cosas.

En la Guajira, han concentrado su bombardeo de solicitudes a Corpoguajira para que mejore la conectividad.

Gracias a esa “iniciativa de Joaquín”, la entidad sacó 700 paneles solares para la comunidad, dice García.

Le pregunto si a él también le gusta el jefe guerrillero. Se queda pensando y dice que “no le disgusta porque es gente que tiende a escuchar más y a procurar otras salidas”. Pero, agrega: “no sé a fondo, fondo cómo será. También hay historias de otras guerrillas que no han sido tan progresistas”.

Álvaro dice que se le hace difícil creer que todo vaya tan bien. “Todo el mundo está expectante de qué va a pasar a los 180 días”, dice. “Si se quedan después, ¿afectará eso su seguridad o la nuestra?”.

“Hay una mayor aceptación en cuanto a que se queden”, dice. “Pero hay otros que tienen miedo”.

La urbanización

Foto tomada de Twitter.com. Iván Márquez en el PTN para verificar la situación de los guerrilleros.

Los guerrilleros se van a quedar a vivir allí. Eso es evidente viendo lo que están haciendo en la zona de concentración en Pondores, nuestro destino final.

Como uno oye hablar de los campamentos de la guerrilla en las zonas de concentración, es fácil imaginarse que son unas carpas donde están durmiendo los guerrilleros durante 6 meses mientras dejan las armas. No es así.

Pondores no es un campamento transitorio, es una urbanización con vocación de permanencia. Lo cual explica en gran parte porque se han demorado tanto en tenerla lista. Uno no construye un pueblo en un mes, en una zona alejada donde el Estado ha sido ausente.

En un terreno de 4 hectáreas, le están construyendo a los 220 guerrilleros del Bloque Martín Caballero, que agrupa los frentes 19, 41, 59 y la Unidad Efraín Guzmán, 220 casas de 24 metros cuadrados.

Son espacios básicos, que constan de una cama, piso de concreto, techo de teja termoresistente y paredes de aluminio.

Afuera hay 44 baterías de sanitarios y duchas con agua potable corriente. Y también una cocina muy bien dotada, un comedor grande, y algunas oficinas para la administración. Tiene alcantarillado y dos generadores eléctricos que les dan luz 24 horas al día.

Cuando esté listo (según el ingeniero en dos o tres semanas), será un pequeño pueblo donde las Farc planea quedarse a vivir. Y así lo están pensando para las otras 23 zonas de concentración.

“Nadie piensa irse a su casa después”, me dice el guerrillero Norberto Velásquez. “Más bien están pensando en traerse su casa para aquí. Porque primero está el proyecto político de paz con justicia social”.

Norberto, como casi todos los demás guerrilleros con los que he hablado a lo largo de los años, tiene una noción muy fuerte de lo colectivo. La mayoría no parecen tener más aspiraciones individuales que lo que“el Partido” disponga para ellos.

La Silla tampoco pudo encontrar un solo guerrillero que se mostrara contento con las casas. “Es un horno crematorio”, fue como Norberto describió la “casa modelo” que ya habían terminado de construir.

Otro me dijo que estaba“lleno de cuchillas”. Cuando le pedí que me las mostrara porque no las había visto me señaló la parte de la lata levantada donde en una casa normal irían los guardapolvos.

En general, se quejan de que son muy calientes, de que no tienen ventiladores, y de que les tocó hacerlas a ellos por autoconstrucción porque el Gobierno no había sido capaz de construirlas.

Mientras los oía quejarse pensaba lo paradójico que era que para ellos todo lo que hiciera el Gobierno era poco mientras que para muchos colombianos cualquier cosa que les den es demasiado.

La casa modelo

Foto tomada de Twitter.com. Estos son los contenedores de la Onu donde se guardarán las armas que dejen los guerrilleros en la zona de concentración. Allí todavía no han entregado ninguna arma porque están esperando que la zona esté lista.

En la “casa modelo”, encima de la cama para una guerrillera estaba desplegada la muda de ropa que les darán: dos pantalones entubados a la moda; un cinturón rosado; 5 brasieres con pintas diferentes de flores; 5 calzones; una pijama; dos camisetas; unas botas de caucho; y unos tenis modernos.

Era una muda escogida por alguien que pensó las combinaciones, que le puso cariño a la tarea. Por eso fue sorprendente cuando Iván Márquez, el jefe de la delegación negociadora de las Farc, pidió que levantaran el colchón de la cama y criticó lo delgadas que eran las tablas que sostenían el colchón.  “Toca cambiarlas”, dijo, como lo haría el dueño. “Esas no aguantan”.

Al oírlo, me resultó inevitable pensar en los miles de colombianos que tienen que alquilar habitación cada noche para dormir en una cama similar con sus hijos. Me di cuenta que yo también esperaba de ellos algo de gratitud.

Sin embargo, los guerrilleros con los que hablé están lejos de sentir que deben algo. Ellos sienten que están cumpliendo con su parte del Acuerdo y que no pueden decir lo mismo del Gobierno.

Sienten que el hecho de que no se hayan podido mudar todavía a la zona (están viviendo en cambuches al lado) es prueba del incumplimiento y aún más evidencia de ello, que sus amnistías aún no hayan sido resueltas. “No podemos salir de la zona porque nos meten presos”, dice uno de ellos. “Si nos incumplen así teniendo todavía las armas, ¿cómo será cuando las entreguemos?”

Parte de la estrategia política de las Farc hoy en día está montada sobre el discurso de que el Gobierno les ha incumplido, lo que a la larga contribuye a debilitar aún más al Presidente que tiene que sacar adelante la implementación.

Yo le digo al guerrillero que dice llamarse Zamir de Esparta que eso no depende del Gobierno sino de los jueces de ejecución de penas y que ellos están en “asamblea permanente”(operación tortuga) hasta que no les contraten de nuevo los auxiliares de descongestión.

“Usted me va a decir que en tres días el Presidente puede organizar un bombardeo para matar gente pero que no puede hacer que salga la amnistía para lograr la paz”, me contrapregunta Zamir.

Le digo que sí.  “Por eso es que queremos cambiar el funcionamiento del Estado”, me dice.

Eso da pie para que él y otros que se nos han unido me instruyan: el que escruta, elige. A los presidentes los ponen las multinacionales como Odebrecht. A los líderes de izquierda de América Latina les inocularon cáncer con nanotecnologías para debilitar la oposición. “¿Quiénes hicieron eso?”, les pregunto. El Departamento de Estado de Estados Unidos, me contestan dos casi al unísono, como si no fuera obvio.

Ellos viven en ese universo, con sus propias paranoias. Como mis amigos y yo que vivimos en el nuestro, con nuestras propias ideas fijas, quizás con tan poco asidero en la realidad como yo percibo las de ellos.

Conversaciones como esa las he sostenido varias otras veces en el pasado. Pero como en el helicóptero, había una ligera diferencia en el ambiente. Era como si a pesar del abismo que nos alejaba, tanto ellos como yo aceptáramos ya de entrada que íbamos a convivir juntos y hubiera una mayor curiosidad por saber del otro. Era claro, quizás para ambos, que no iba a ser fácil, pero que iba a pasar. Que ya estaba pasando. La guerra había terminado.

Soy la directora, fundadora y dueña mayoritaria de La Silla Vacía. Estudié derecho en la Universidad de los Andes y realicé una maestría en periodismo en la Universidad de Columbia en Nueva York. Trabajé como periodista en The Wall Street Journal Americas, El Tiempo y Semana y lideré la creación...